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No es
novedad que la relación entre padres e hijos cambia a lo largo de la vida, hoy
les propongo pensar ese vínculo desde los cuidados y la atención. Cuando los
hijos nacen y mientras son pequeños son protegidos por sus padres, los cuidados
que los padres dan a sus hijos son vividos y percibidos por ambos como normales
y necesarios y es gracias al sostén económico, psicológico y espiritual que
brindan los adultos que los niños pueden crecer y desarrollarse. En todas las
culturas los padres deben cuidar de sus hijos, incluso la falta de cuidado está
penada por la Ley.
A medida
que van creciendo, los hijos necesitan cada vez menos esos cuidados. Podemos
decir que prueban sus alas: viajan, se mudan, forman pareja, consiguen trabajo,
etc. En una etapa de la vida padres e hijos son adultos independientes.
Generalmente es un período de reencuentro y la relación entre ellos mejora
porque las tensiones y discusiones de la adolescencia quedaron atrás. Un cambio
importante que aparece en esta etapa es el nacimiento de los nietos, que genera
una nueva dinámica familiar.
Con el
envejecimiento de los padres, la familia se encuentra con una nueva realidad:
los mayores comienzan a tener problemas de salud y paulatinamente empiezan a
depender de sus hijos. En este momento se invierte la relación de
cuidador-cuidado y es frecuente que aparezcan tensiones familiares. Los hijos
suelen sentir la presión de atender a dos generaciones a la vez: brindar a sus padres
la ayuda que necesitan mientras sus
hijos todavía necesitan ser cuidados.
Al
cansancio, el enojo que produce la nueva realidad y la frustración que genera
el cambio en la vida cotidiana, se suma un duelo: los padres que habían sido
modelo de identificación ahora están declinando. En el medio de este proceso es
importante tener en cuenta que nuestros hijos nos miran, ahora somos nosotros
modelos de identificación, y la forma en que cuidemos y atendamos a sus abuelos
se convertirá en modelo de cuidado para ellos.
Como
sociedad deberíamos pensar que en futuro el cuidado de los ancianos será más complejo,
porque los cambios sociales dificultan que los hijos puedan ocupar el rol de
cuidador. En primer lugar porque la tendencia a tener menos hijos producirá que
cuando los padres envejezcan los hijos tendrán menos hermanos (o ninguno) para
compartir la responsabilidad por el cuidado de los padres. En segundo lugar, porque
quienes asumen el rol de cuidador de los adultos mayores suelen ser las mujeres
de la familia, al ser cada vez mayor el número de mujeres trabajadoras, cuando
los padres necesiten ser cuidados, las hijas deberán optar por dejar de
trabajar, contratar a alguien, o llevar a sus padres a un residencia o
institución gerontológica. Ninguna de estas opciones es buena o mala en sí
misma, cada familia deberá pensar cuál es la que mejor se adapta a su realidad
y a sus creencias.
La
atención que los hijos deben a sus padres se encuentra legislada en el nuevo
Código Civil y Comercial, que en el Artículo 671 señala que los hijos deben “prestar
a los progenitores colaboración propia de su edad y desarrollo y cuidar de
ellos u otros ascendientes en todas las circunstancias de la vida en que su
ayuda sea necesaria”. Sin embargo, cuando el cuidado se brinda desde el afecto
y no desde deber, la relación entre padres e hijos es más satisfactoria y ambos
se sienten mejor en sus nuevos roles.
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Agradezco al Dr. Roberto Saba y a la Dra. Natalia De La Torre por el asesoramiento del sobre legislación.
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