jueves, 26 de marzo de 2015

Optimismo cegador





La Real Academia Española define el optimismo como la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable. Algunas personas son naturalmente optimistas y otras realizan un esfuerzo cotidiano para tener una actitud positiva.

Sostener una actitud optimista puede modular nuestro estado de ánimo más allá de las circunstancias que nos toquen vivir. Por lo tanto, la forma en la que miramos la vida es esencial.
 
Mirar lo que nos pasa desde un enfoque positivo nos da la posibilidad de sobrevivir y crecer en contextos objetivamente desfavorables. Un ejemplo es el caso de Victor Frankl, quien narra en su libro El Hombre en busca de sentido la vida en los campos de concentración nazis. Frankl afirma que pese a que en los campos de concentración las personas perdían todas sus pertenencias personales había algo que no era posible quitarles: la elección de la actitud personal ante su realidad.
 
Otro ejemplo, más cercano en el tiempo y a nuestra realidad, es el caso de Daniel Cerezo. Les recomiendo ver su charla en TED Rio de la Plata. Daniel narra cómo fue cambiando su vida, su visión del mundo y de sí mismo desde que empezó a tomar clases de música en un centro cultural de la villa en la que vivía con su familia hasta el día de hoy. En el proceso de cambio fue profesor de música, dirigió un Centro Cultural, dio talleres para presos en una cárcel, fue gerente de Recursos Humanos y gerente de Felicidad y Cultura en Paez, la empresa de alpargatas. Hoy tiene su propia consultora, Creer Hacer.



Sin embargo, el título de este post es Optimismo extremo, ese optimismo que en lugar de permitirnos ver el aspecto más favorable de las cosas nos ciega frente a las dificultades. ¿A qué me refiero? A que un poco de pensamiento negativo nos permite estar alerta frente a la aparición de posibles dificultades, y por lo tanto, ser prudentes.
 
Muchos ejemplos de exceso de optimismo están relacionados con la seguridad y son ejemplos de exceso confianza por evaluar mal los riesgos de una situación. Por ejemplo, una persona que trabaja en una obra en construcción sin la protección adecuada porque cree que tiene pocas posibilidades de tener un accidente, alguien que anda en moto sin usar casco porque confía en su suerte y alguien que cruza por la calle por la mitad de la cuadra porque espera que los automovilistas estén atentos y frenen al verlo cruzar. En este punto, una visión excesivamente optimista podría ser tan perjudicial como una demasiado negativa.

El optimismo extremo es aquel que no se basa en la realidad, y puede convertirse en un grave problema si actuamos sin tener en cuenta los peligros que enfrentamos. Tener una actitud optimista en situaciones difíciles de nuestra vida nos permite atravesar esos momentos de una mejor manera. Pero para poder aprender algo de esas situaciones y trasladar esos aprendizajes al resto de nuestra vida es necesario que seamos optimistas después de conocer las dificultades a las que nos enfrentamos y evaluar los riesgos que corremos.

jueves, 12 de marzo de 2015

Cuidados familiares




Imagen: Pinterest

No es novedad que la relación entre padres e hijos cambia a lo largo de la vida, hoy les propongo pensar ese vínculo desde los cuidados y la atención. Cuando los hijos nacen y mientras son pequeños son protegidos por sus padres, los cuidados que los padres dan a sus hijos son vividos y percibidos por ambos como normales y necesarios y es gracias al sostén económico, psicológico y espiritual que brindan los adultos que los niños pueden crecer y desarrollarse. En todas las culturas los padres deben cuidar de sus hijos, incluso la falta de cuidado está penada por la Ley. 

A medida que van creciendo, los hijos necesitan cada vez menos esos cuidados. Podemos decir que prueban sus alas: viajan, se mudan, forman pareja, consiguen trabajo, etc. En una etapa de la vida padres e hijos son adultos independientes. Generalmente es un período de reencuentro y la relación entre ellos mejora porque las tensiones y discusiones de la adolescencia quedaron atrás. Un cambio importante que aparece en esta etapa es el nacimiento de los nietos, que genera una nueva dinámica familiar. 

Con el envejecimiento de los padres, la familia se encuentra con una nueva realidad: los mayores comienzan a tener problemas de salud y paulatinamente empiezan a depender de sus hijos. En este momento se invierte la relación de cuidador-cuidado y es frecuente que aparezcan tensiones familiares. Los hijos suelen sentir la presión de atender a dos generaciones a la vez: brindar a sus padres la ayuda que  necesitan mientras sus hijos todavía necesitan ser cuidados.

Al cansancio, el enojo que produce la nueva realidad y la frustración que genera el cambio en la vida cotidiana, se suma un duelo: los padres que habían sido modelo de identificación ahora están declinando. En el medio de este proceso es importante tener en cuenta que nuestros hijos nos miran, ahora somos nosotros modelos de identificación, y la forma en que cuidemos y atendamos a sus abuelos se convertirá en modelo de cuidado para ellos.

Como sociedad deberíamos pensar que en futuro el cuidado de los ancianos será más complejo, porque los cambios sociales dificultan que los hijos puedan ocupar el rol de cuidador. En primer lugar porque la tendencia a tener menos hijos producirá que cuando los padres envejezcan los hijos tendrán menos hermanos (o ninguno) para compartir la responsabilidad por el cuidado de los padres. En segundo lugar, porque quienes asumen el rol de cuidador de los adultos mayores suelen ser las mujeres de la familia, al ser cada vez mayor el número de mujeres trabajadoras, cuando los padres necesiten ser cuidados, las hijas deberán optar por dejar de trabajar, contratar a alguien, o llevar a sus padres a un residencia o institución gerontológica. Ninguna de estas opciones es buena o mala en sí misma, cada familia deberá pensar cuál es la que mejor se adapta a su realidad y a sus creencias.

La atención que los hijos deben a sus padres se encuentra legislada en el nuevo Código Civil y Comercial, que en el Artículo 671 señala que los hijos deben “prestar a los progenitores colaboración propia de su edad y desarrollo y cuidar de ellos u otros ascendientes en todas las circunstancias de la vida en que su ayuda sea necesaria”. Sin embargo, cuando el cuidado se brinda desde el afecto y no desde deber, la relación entre padres e hijos es más satisfactoria y ambos se sienten mejor en sus nuevos roles.



 Imagen: Pinterest 
Agradezco al Dr. Roberto Saba y a la Dra. Natalia De La Torre por el asesoramiento del sobre legislación.

lunes, 9 de marzo de 2015

La llave de la felicidad





 Seguramente se sentirán identificados con lo que voy a contarles. Muchas veces deseamos algo y creemos que si lo tuviésemos seríamos más felices: un auto, una pareja, una casa más grande, un nuevo trabajo, un aumento de sueldo, etc. Cuando finalmente alcanzamos eso tan deseado estamos felices y disfrutamos el logro: nos encanta nuestro auto, hacemos mil planes para compartir con nuestra pareja, nos sentimos cómodos en la nueva casa (¡Por fin!), el nuevo trabajo es un desafío estimulante y con el aumento de sueldo nos sentimos reconocidos y nos permite reorganizar nuestras finanzas.

Al cabo de un tiempo, sin embargo, esa felicidad se desvanece y vemos que el auto, nuestra pareja, la casa nueva, el trabajo y el aumento de sueldo ya no nos satisfacen como antes. Tratar de ser felices cambiando las circunstancias de nuestra vida no sirve a largo plazo. ¿Por qué ocurre esto? La culpable es aquello que los psicólogos llamamos adaptación hedonista.
 
El ser humano se adapta fácilmente a los cambios sensoriales. Por ejemplo, yo antes vivía en un barrio muy tranquilo. Cada día a las 7:00 de la mañana escuchaba que tocaban bocina cuando venían a buscar al hijo de mi vecino para ir al colegio. ¡Era tan irritante! Esa bocina era uno de los primeros sonidos que escuchaba al despertarme. Ahora vivo sobre una avenida muy concurrida, todos los días pasan ambulancias con la sirena prendida, circulan varias líneas colectivos y los automovilistas tocan bocina como si eso fuera a hacer que el semáforo cambiara más rápido de color. La verdad es que a todos esos sonidos dejé de escucharlos el primer día de la mudanza, pasaron a ser un “ruido de fondo” cotidiano. Cuando regresé de vacaciones volví a escuchar el ruido de mi cuadra: la adaptación había desaparecido al alejarme de esos sonidos y yo me desacostumbré a ellos.  No pasó mucho tiempo hasta que el ruido de la calle volvió a ser “ruido de fondo”.

La adaptación hedonista sucede tanto con las cosas buenas como con las cosas malas que nos pasan. Nos amoldamos a ellas y tras un período de acostumbramiento, experimentamos un desplazamiento de la “normalidad”. Esto es sorprendente, y al saberlo, podemos aprovecharlo en nuestra vida cotidiana para sentir mayor bienestar. 

Tal vez parezca raro que podamos ser más felices si nos acostumbramos a las cosas que nos pasan, sin embargo, este es el lado bueno de la adaptación hedonista. El secreto para aumentar nuestra felicidad es realizar cotidianamente las cosas que disfrutamos, por más pequeñas que parezcan: tomar un rico café, estar un rato al sol, darnos un baño de inmersión, visitar a un amigo, etc. Sumar a la vida diaria pequeñas actividades que nos brinden placer nos sirve para sentir un mayor bienestar sin llegar a acostumbrarnos a eso. Como decía al principio, cambiar las circunstancias de nuestra vida no nos hace más felices a largo plazo, pero disfrutar de lo cotidiano sí nos permite sentir un  mayor bienestar.